Leo y releo con mucho interés su opinión en “Ultimas Noticias” del viernes 14 de diciembre del año 2007, titulada “Ganó el anticomunismo”. Me interesó porque, no obstante que en nuestro país hay cientos de columnistas que escriben en diarios nacionales y regionales, pocos hacen planteamientos para la reflexión y, más bien, se orientan fundamentalmente a una contradicción simplista de los adversarios o usan métodos muy precarios de convicción.
Es muy importante el reconocimiento implícito que usted hace en el encabezamiento de su artículo según el cual la reforma constitucional, sometida a referendo el día 02 de diciembre pasado, era de corte comunista y que existiendo en nuestro país una realidad cultural contraria a esa ideología, era imposible comprenderla en una campaña electoral de mes y medio.
Para poder lograrlo exitosamente, usted sostiene que es necesaria la “ existencia de una sociedad de convicción verdadera y profundamente revolucionaria”. Cuando me refiero a ese aspecto me gusta más decir que los cambios deben tener “arraigo”. Una Constitución se basa, fundamentalmente, en el arraigo de una realidad en diversos aspectos de la vida que pasan a integrar ese cuerpo legal. Por consiguiente, desde ese punto de vista, la reforma era inviable aún aprobándola.
La principal dificultad que le encuentro al comunismo es la necesaria sustitución de la posibilidad de un pueblo de interpretar su realidad y su destino, por la voluntad de una persona o un grupo reducido que asume esa interpretación.
También esa forma de pensar parte del hecho que el hombre es un ser perfecto que ama la igualdad y la austeridad, que solo actúa en función del bienestar colectivo y que repudia los bienes materiales. No siendo así, según me aconseja la experiencia, creo que la función del gobernante y de los grupos del poder que promueven esas ideas es la de reducir lo imperfecto mediante un proceso educativo (algo que usted también sostiene), ofrecerle al ciudadano la posibilidad de entender la realidad sin prejuicios, plantearle claramente el alcance de todas las alternativas y crear las condiciones objetivas para que todas las personas puedan desarrollarse también individualmente.
Fíjese usted esta inmensa paradoja: El actual gobierno llegó a ser tal con el propósito de erradicar una sociedad abiertamente injusta. Y lo era en buena medida, indudablemente. Nueve años después consideró que era el momento de brincar a una sociedad diametralmente opuesta a la anterior, por lo cual propuso una reforma constitucional. En el intermedio, que son precisamente esos nueve años, el gobierno produjo algunas reformas sociales y políticas de variada intensidad en algunos aspectos, entre las cuales diría que son las más significativas: 1°) impedir la participación del poder económico en la función de gobierno y exigirles impuestos justos; 2°) plantearse la situación de la justa distribución de la tierra, sobretodo la improductiva; y 3°) proponerse la mejor distribución de la riqueza, con orientación a los servicios de salud y educación.
En líneas generales son tímidos alcances, frente a los cuales hay graves padecimientos como: 1°) la exclusión de los adversarios; 2°) la excesiva intervención del sistema judicial y 3°) la desconsiderada discrecionalidad de las decisiones gubernamentales.
A pesar de la desproporción entre lo logrado y lo ideal, es esta etapa, concebida por este gobierno como de transición, la que debería ser definitiva y alrededor de la cual se deberían concebir las reformas, esto es, incorporar nuevas metas y afianzar las logradas en un clima que permita la tolerancia, la diversidad y la justicia. Usted no se imagina hasta qué punto es en este precario éxito obtenido hasta ahora por este gobierno - al cual pretende renunciar en busca de un modelo extremo – donde radica el apoyo que ha tenido. Aquí descansa la posibilidad de reincorporación ( y adopción por otras personas) – cuando se compruebe que esto es efectivamente una meta – de muchos de quienes han abandonado el proceso que se vive. Mientras parezca lo que verdaderamente es, vale decir transitorio, no tendrá una aceptación determinante.
Lo que los gobiernos de este corte ignoran o no logran comprender es que la sociedad injusta, a la cual el hombre tiene una tendencia natural, se corrige mediante su observación diaria, la proposición de diversas soluciones, la actividad contralora, un sistema muy positivo de justicia, la reducción de la justicia extrema, etc. Ello no se puede lograr mediante el simple recurso, que inexorablemente fallará, de establecer normas radicales que prescindan del proceso educativo y de comprensión, imponiéndola por la fuerza y no dejándole al ciudadano ninguna alternativa de realización e interpretación personal.
Permítame que le añada algunas líneas de mi experiencia personal: Soy ajeno a casi todas las expresiones de nuestra vida diaria: publicidad, valores del consumo o del propietario de bienes más allá de los estrictamente necesarios, valores o reconocimientos sociales, competencia, entre otros. Extraigo de este laberinto cosas muy puntuales como: algunas expresiones de la tecnología, con internet a la cabeza; la posibilidad de escoger un bien entre varios, entre otras cosas. Pero esta sociedad que hostiga y que induce al ciudadano hacia fines a veces innecesarios, a mí me ha permitido vivir en paz conmigo mismo, realizarme en los valores del conocimiento, aportar en alguna medida a los demás, por solo decir algunas. Ni yo la perturbo ni me he dejado perturbar por ella. Tuve la fortuna de disponer de la educación, la orientación y el ejemplo para encontrar esas herramientas, incluyendo un aporte sustantivo del Estado. Eso creo que es lo que debería ser y no la imposición vaga, irracional, oscura e imprecisa de fórmulas. El Estado puede coadyuvar en ello pero, lamentablemente, siempre se desvía, se impacienta y entonces obstruye o aplasta. Me parece que usted está tras el reconocimiento de esa realidad y se lo diré al final de este escrito.
Celebro su artículo por la inmensa comprensión de un aspecto en el que no hay ninguna otra reflexión en este país, por supuesto, con las reservas indicadas.
Usted, con su inmejorable escrito, ha contribuido más que nadie – supongo por el texto que sin proponérselo hasta ese punto – a demostrar que para plantear una reforma como la recientemente propuesta es necesaria la previa existencia de una transformación cultural que permitiera discernirla adecuadamente. Solo así el pueblo puede analizar y establecer si le conviene o si no le conviene, y hasta qué punto en ambas hipótesis.
Si en algo pudiese disentir es en la utilización del término “miedo”, si acaso usted lo emplea en el sentido de temor irracional hacia algo. Si, en cambio, lo emplea en el sentido de desconfianza o duda hacia situaciones que pudieran generar arbitrariedades, pérdida de la individualidad o avasallamiento de las instituciones, entonces, creo, que ese miedo seguirá presente en buena parte de la población.
Respetuosamente,
Vicente Amengual Sosa,
c.1.3.202.469
Es muy importante el reconocimiento implícito que usted hace en el encabezamiento de su artículo según el cual la reforma constitucional, sometida a referendo el día 02 de diciembre pasado, era de corte comunista y que existiendo en nuestro país una realidad cultural contraria a esa ideología, era imposible comprenderla en una campaña electoral de mes y medio.
Para poder lograrlo exitosamente, usted sostiene que es necesaria la “ existencia de una sociedad de convicción verdadera y profundamente revolucionaria”. Cuando me refiero a ese aspecto me gusta más decir que los cambios deben tener “arraigo”. Una Constitución se basa, fundamentalmente, en el arraigo de una realidad en diversos aspectos de la vida que pasan a integrar ese cuerpo legal. Por consiguiente, desde ese punto de vista, la reforma era inviable aún aprobándola.
La principal dificultad que le encuentro al comunismo es la necesaria sustitución de la posibilidad de un pueblo de interpretar su realidad y su destino, por la voluntad de una persona o un grupo reducido que asume esa interpretación.
También esa forma de pensar parte del hecho que el hombre es un ser perfecto que ama la igualdad y la austeridad, que solo actúa en función del bienestar colectivo y que repudia los bienes materiales. No siendo así, según me aconseja la experiencia, creo que la función del gobernante y de los grupos del poder que promueven esas ideas es la de reducir lo imperfecto mediante un proceso educativo (algo que usted también sostiene), ofrecerle al ciudadano la posibilidad de entender la realidad sin prejuicios, plantearle claramente el alcance de todas las alternativas y crear las condiciones objetivas para que todas las personas puedan desarrollarse también individualmente.
Fíjese usted esta inmensa paradoja: El actual gobierno llegó a ser tal con el propósito de erradicar una sociedad abiertamente injusta. Y lo era en buena medida, indudablemente. Nueve años después consideró que era el momento de brincar a una sociedad diametralmente opuesta a la anterior, por lo cual propuso una reforma constitucional. En el intermedio, que son precisamente esos nueve años, el gobierno produjo algunas reformas sociales y políticas de variada intensidad en algunos aspectos, entre las cuales diría que son las más significativas: 1°) impedir la participación del poder económico en la función de gobierno y exigirles impuestos justos; 2°) plantearse la situación de la justa distribución de la tierra, sobretodo la improductiva; y 3°) proponerse la mejor distribución de la riqueza, con orientación a los servicios de salud y educación.
En líneas generales son tímidos alcances, frente a los cuales hay graves padecimientos como: 1°) la exclusión de los adversarios; 2°) la excesiva intervención del sistema judicial y 3°) la desconsiderada discrecionalidad de las decisiones gubernamentales.
A pesar de la desproporción entre lo logrado y lo ideal, es esta etapa, concebida por este gobierno como de transición, la que debería ser definitiva y alrededor de la cual se deberían concebir las reformas, esto es, incorporar nuevas metas y afianzar las logradas en un clima que permita la tolerancia, la diversidad y la justicia. Usted no se imagina hasta qué punto es en este precario éxito obtenido hasta ahora por este gobierno - al cual pretende renunciar en busca de un modelo extremo – donde radica el apoyo que ha tenido. Aquí descansa la posibilidad de reincorporación ( y adopción por otras personas) – cuando se compruebe que esto es efectivamente una meta – de muchos de quienes han abandonado el proceso que se vive. Mientras parezca lo que verdaderamente es, vale decir transitorio, no tendrá una aceptación determinante.
Lo que los gobiernos de este corte ignoran o no logran comprender es que la sociedad injusta, a la cual el hombre tiene una tendencia natural, se corrige mediante su observación diaria, la proposición de diversas soluciones, la actividad contralora, un sistema muy positivo de justicia, la reducción de la justicia extrema, etc. Ello no se puede lograr mediante el simple recurso, que inexorablemente fallará, de establecer normas radicales que prescindan del proceso educativo y de comprensión, imponiéndola por la fuerza y no dejándole al ciudadano ninguna alternativa de realización e interpretación personal.
Permítame que le añada algunas líneas de mi experiencia personal: Soy ajeno a casi todas las expresiones de nuestra vida diaria: publicidad, valores del consumo o del propietario de bienes más allá de los estrictamente necesarios, valores o reconocimientos sociales, competencia, entre otros. Extraigo de este laberinto cosas muy puntuales como: algunas expresiones de la tecnología, con internet a la cabeza; la posibilidad de escoger un bien entre varios, entre otras cosas. Pero esta sociedad que hostiga y que induce al ciudadano hacia fines a veces innecesarios, a mí me ha permitido vivir en paz conmigo mismo, realizarme en los valores del conocimiento, aportar en alguna medida a los demás, por solo decir algunas. Ni yo la perturbo ni me he dejado perturbar por ella. Tuve la fortuna de disponer de la educación, la orientación y el ejemplo para encontrar esas herramientas, incluyendo un aporte sustantivo del Estado. Eso creo que es lo que debería ser y no la imposición vaga, irracional, oscura e imprecisa de fórmulas. El Estado puede coadyuvar en ello pero, lamentablemente, siempre se desvía, se impacienta y entonces obstruye o aplasta. Me parece que usted está tras el reconocimiento de esa realidad y se lo diré al final de este escrito.
Celebro su artículo por la inmensa comprensión de un aspecto en el que no hay ninguna otra reflexión en este país, por supuesto, con las reservas indicadas.
Usted, con su inmejorable escrito, ha contribuido más que nadie – supongo por el texto que sin proponérselo hasta ese punto – a demostrar que para plantear una reforma como la recientemente propuesta es necesaria la previa existencia de una transformación cultural que permitiera discernirla adecuadamente. Solo así el pueblo puede analizar y establecer si le conviene o si no le conviene, y hasta qué punto en ambas hipótesis.
Si en algo pudiese disentir es en la utilización del término “miedo”, si acaso usted lo emplea en el sentido de temor irracional hacia algo. Si, en cambio, lo emplea en el sentido de desconfianza o duda hacia situaciones que pudieran generar arbitrariedades, pérdida de la individualidad o avasallamiento de las instituciones, entonces, creo, que ese miedo seguirá presente en buena parte de la población.
Respetuosamente,
Vicente Amengual Sosa,
c.1.3.202.469
1 comentario:
Escribo fundamentalmente para agradecer su amable comentario. El tiempo que usted ha dedicado no sólo a leernos, sino a madurar una muy bien estructurada reflexión sobre las ideas que ahí expresamos, está en perfecta correspondencia con el elevado sentido de responsabilidad que nos mueve al escribir esas líneas (en las cuales el mayor esfuerzo es tratar de articular algo medianamente coherrente en tan poco espacio), con la sola salvedad de dos asuntos que quisiera ver si es posible incluir en su blog con carácter de una modesta réplica de mi parte.
En primer término, que en ningún momento quise expresar ahí que la propuesta de reforma constitucional presentada al país por el presidente Chávez, era en modo alguno una propuesta de corte comunista. Eso lo colidió usted de forma bastante forzada, si me lo permite decir así, porque lo que supone el sentido genérico que utilicé es que el imperialismo ve (no ahora, sino desde hace casi un siglo) en todo aquello que no le convenga a su ideario capitalista una amenaza diabólicamente comunista y que en ese sentido orienta su maquinaria propagandística (mejor conocida como "la industria del cine y la televisión"). La referencia era directamente a lo demencial de políticas como el llamado "macartismo", que persiguió y reprimió en el siglo XX a cientos de miles de ciudadanos de ese país en una cacería de brujas perversa y fascista como la más inhumana inquisisión, de lo cual hoy quedan profundas secuelas en los países de su esfera económica y comunicacional (entre los cuales somos, lamentablemente, uno de los más directamente afectados).
Luego quisierea aclarar lo del "miedo". De ninguna manera pretendí expresar en ese breve texto la idea según la cual la propuesta era presentada como mecanismo de coacción o de presión sobre la sociedad, basada en el recurso del terror como instrumento. Al miedo al que hago referencia, perfectamente clara, es al que inoculan las campañas anticomunistas en la gente (la oposición venezolana, por ejemplo, que desde hace más de ocho años es víctima permanente del terror que se les inyecta desde los medios privados de comunicación). No puede torcerse la intención de una idea expresada con la mayor honestidad en la forma en que usted lo hace. Lo correcto, si es que es verdad que usted quiere ser igualmente honesto, es que desarrolle usted su propuesta sin adulterar lo que el autor que usted analiza ha escrito. Si la fuerza de su argumento es la que usted considera, entonces no debería tener problema alguno de credibilidad. De otra forma, lo que hace es reforzar lo que desde siempre se ha dicho de la oposición sin que ella pueda desmentirlo; que su única propuesta es la mentira y el engaño.
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