miércoles, 8 de octubre de 2008

Lenguaje para la infidelidad.


Me llegó este texto de un primo:
"Por otro lado, aprovechando mi reaparecida en ésta página y a sabiendas de que esas historias divierten, les cuento una vaina que me pasó hace un par de semanas: Me debutó una potranca de nombre "MARCHOSA" (por aquella canción de Rosario Flores "marcha, marcha, queremos marcha, marcha ..."); como tenía tiempo sin ir al hipódromo, aproveché para conversar con los amigos hípicos y en la tertulia le pregunto a un entrenador por un mutuo conocido, respondiéndome el interpelado que el aludido la estaba pasando muy mal, porque se había divorciado. Como tal información me sorprendió le digo "¿y esa vaina?", a lo cual mi interlocutor, para señalarme que el motivo de la ruptura había sido la infidelidad de la esposa, enfáticamente expresó: "coño patrón, el hombre sedivorció PORQUE LE SOPLARON EL BISTECK"."
Y yo pronto a colaborar con estas cosas del lenguaje, le contesto:
"En Falcón, un amigo campesino para expresarme que a un amigo suyo le está siendo infiel su esposa, me dice "... a fulano le están comiendo el máis por la orilla...". Para quienes no pudieran saberlo, máis es una forma de referirse al maíz. " !Ah, y usted sabe que el maíz se apila, se junta en montones y si alguien se quiere robar un poco sin que nadie se dé cuenta, entonces agarra el que está por la orilla. ¿ vale?.

martes, 7 de octubre de 2008

Doblez.


Cuando uno está en contacto permanente o frecuente con una persona, por la razón que fuere, aprende, entre otras cosas, a juzgarlo desde una mínima expresión de su rostro o una sola palabra o un pequeño gesto. Debería ser un don para que, por ejemplo en el caso de la amistad, uno pudiera auxiliar a un amigo en dificultades que pretende ocultar su situación o para superar una crisis con la pareja que prefiere encerrarse en ella. Disponer de esos instrumentos vitales nos debería hacer inteligentes, porqué no decir sabios.
Pero tiene también su connotación negativa. Si conocemos a alguien bastante por un contacto intenso, profundo, de mucha duración, casi nos atrevemos a pensar por él o ella y establecer sin la menor duda cuando se están quebrantando moralmente o abandonando principios o ideas con o sin su voluntad.
Se puede caer en doblez cuando aparecen repentinamente factores externos que antes no existieron y ahora, apenas se presentan, nos quiebran. Recuerdo haber oído decir a un gran amigo, de largas luchas por sus convicciones, arraigado en la defensa de sus semejantes, que había decidido abrazar una corriente ideológica "por sus orígenes". Toda su vida anterior había sido de otra manera y entonces ¿ dónde estaban esos orígenes que ahora aparecen para sepultar su precedente bonhomía ?.
Veo, observo, indago sobre muchas personas que siempre fueron un bloque de acción e ideas en cualquier circunstancia, y ahora, súbitamente, sacan a relucir convicciones que nunca tuvieron, a señalar lo que nunca señalaron, a callar cosas que antes perseguían. Sabemos que mienten, que son insinceros, pero ningún sentido tiene que tratemos que sean distintos. Son los más peligrosos.
Es otra experiencia para vivir y tal vez para orientar a alguien más joven que nosotros.
Esa doblez es tan ruin si es que se hace voluntariamente ante estímulos que influyen en ella o aún en el caso que la hagamos porque estamos acorralados y debemos aceptarla contra nuestra voluntad.
No deseo juzgarlos. Solo quiero pedirle a la providencia que no nos haga caer en lo mismo. Y, es más, hacemos un voto porque algo los traiga de nuevo a la orilla.

sábado, 4 de octubre de 2008

BATE, PELOTA Y HASTA GUANTE. (2)


Pero no digo “colorín colorao” porque esta anécdota haya ya concluido, aunque así pareciese. Y es que, además, en las pocas referencias que se hacen a esta situación, que yo creo que vivíamos los muchachos de todo el país, los comentarios no pasan de lo antedicho.
Pero hoy, brevemente, quiero añadirle algunas cosas de esas que no son recogidas por la tradición o son simplemente ignoradas porque no se les atribuye ningún valor. ¡Y mire que si lo tienen!
Y es que la imposición de las reglas del “maleta” – además de tener que tratarlo como una dama, no contrariarlo, etc. - también tenía sus excepciones, muchas de las cuales en un solo día rebasaban con creces largas caimaneras de la dictadura instrumental del dueño: a) En alguna ocasión hubo alguien que le dijo a la brava que pusiera los “corotos” y se quedara en el banco, y “si te quieres ir vete y anda a llórale a tu mamá, pero el bate y la pelota se quedan, y si te molestas no vengas pá esta vaina más nunca o te molemos a coñazos…”; b) Alguien argumentó que “…tú pones bate y pelota pero nosotros somos los peloteros para hacer la partida, de modo que todos nos necesitamos y entonces acepta lo que te pongan o no te pongan a hacer, o agarra tu vaina y te la …”; c) Es seguro que en otras ocasiones se haya optado por jugar con pelota de goma y de bate cualquier palo y “ ¡ al carajo con tus peroles…!”.; d) Una que otra tarde debió aparecer otro muchacho de otra zona de la ciudad (normalmente era otro “maleta”), también con guante, pelota y bate, que él mismo pedía que no lo metieran por cualquier razón o lo metieran después, y es hasta posible que no quisiera jugar ni aún insistiéndole; y e) es factible que en navidad a alguien le cayese de niño Jesús un guante y a otro una pelota, y por un tiempito no hubiese necesidad de los implementos del “maleta” (este sí los tenía siempre renovados).
Basta con estas cinco opciones pero creo que hubo otras más. Lo cierto, eso sí, es que nunca el dueño cambiaba de posición por el dominio del bate y la pelota. Pero las caimaneras, buenas hasta el final, no se detenían por eso. Siempre hay recursos para cambiar las cosas y hacerlas mejor.

BATE, PELOTA Y HASTA GUANTE.


Recuerdo de cuando era muchacho aquellas tardes en que jugábamos caimaneras de béisbol (o algo parecido a él). Hubo épocas ¿a quién no le ha pasado? en que las partidas dependían de alguien que tenía el único bate y la única pelota (en lo sucesivo lo llamaremos “el dueño”, así nos gusta decir a los abogados), si además tenía guante, mejor. Los demás poníamos uno que otro guante, y el pitcher y el cátcher, como quiera se jugaba lo que llamaban “poniéndola bombita” o simplemente “poniéndola” (es decir, suave, lo explico para quienes no vivieron esto), podían jugar con la mano pelada aún cuando la pelota fuera de lo que llamábamos de “paldin”. Paldin, supongo viene de la vulgarización de la marca spalding, que era pelota dura.
Si el dueño era un buen pelotero no había problemas. O sea, estaba coronado. Pero el destino tiene establecido como inexorable que el dueño siempre es un “maleta”(casi siempre era un gordito que fildeaba lo que llamaban “tapapollo” y no bateaba “ni con la puerta de una iglesia”). Entonces, el tipo tenía que jugar ajuro y si por cualquier causa se molestaba y se llevaba sus macundales, ¡zas ¡ se acababa la partida. Las partidas devenían así en un arte de negociación porque había que colocarlo donde menos entorpeciera el duelo de cada tarde. Y era un duelo porque los equipos se escogían mediante el sistema de “pares o nones” o “piedra, papel y tijera”, de suerte que el que ganaba esta primera parte escogía primero y luego venía el otro y así sucesivamente, sistema éste que garantizaba que se empezara por los mejores y se terminara por los peores, figurando entre estos el maleta. Al maleta no le importaba esto porque su interés estaba en figurar entre los nueve alineados, ocupando generalmente el raifil (right field) porque por allí casi nadie bateaba), o de doblequècher (en realidad no había cátcher sino alguien encargado de recoger la bola lanzada “bombita”, ni tampoco valía el robo de base), de modo que prácticamente no hacía nada importante, o bien de pitcher que se limitaba a “ponerla” para que el contrario bateara (lo contrario de ponerla “bombita” era lo que llamábamos “arrequintao”, pero eso sí era un juego de béisbol y no las caimaneras a que me estoy refiriendo. Y en cuanto a batear, obvio es decir que el maleta era noveno bate u octavo, si acaso hacía falta algún disimulo.
Malo era cuando esas partidas estaban cerradas y entonces llegaba el turno al bate del “maleta”, porque se buscaba sutilmente que permitiera un cambio y el tipo rara vez accedía. En tal caso bateaba y punto, digo yo que había que sacrificar algo por la continuación de la partida. (Tampoco nos pongamos extremistas y aceptemos que de vez en cuando al maleta se le ponía a jugar segunda base o se le bregaba para que diera un “hitcito”, que hay quienes lo llaman un “podrío”).
Todas las partidas de cada tarde eran una angustia. Uno tenía que ligar que el “maleta” – dueño y señor de la caimanera de cada tarde, el único que tenía todos los instrumentos de juego, de marca, siempre nuevecitos – no se lesionara, no le diera dolor de barriga o lo viniera a buscar la mamá para hacer la tarea, porque entonces el juego quedaba colorín colorao.