A veces, en los tiempos que me iniciaba en los viajes por los pueblos del Estado Falcón, me gustaba desplazarme por una carretera con poco tráfico, inmersa en una gruesa vegetación siempre húmeda, montañas a ambos lados y una inmensa soledad.
Había en su trecho un lugar llamado "La Palmita", una construcción precaria, de aspecto ruinoso, en la que funcionaba un bar y un modesto restaurant. Lo más resaltante del lugar era que se encontraba bajo gigantescos árboles frondosos que le daban una gran frescura al sitio.
Un viernes casi entrada la noche conocí a un hombre joven que llegó allí con un perro como el de la foto. Supe que era un obrero de una empresa papelera no muy lejana, quien apenas sonaba el silbato del fin de la jornada de los días viernes,tomaba el primer autobús hasta su casa, buscaba su perro y se iba a "La Palmita" a gastarse parte de su menguado salario en unas cervezas, según él bien merecidas.
Un viernes casi entrada la noche conocí a un hombre joven que llegó allí con un perro como el de la foto. Supe que era un obrero de una empresa papelera no muy lejana, quien apenas sonaba el silbato del fin de la jornada de los días viernes,tomaba el primer autobús hasta su casa, buscaba su perro y se iba a "La Palmita" a gastarse parte de su menguado salario en unas cervezas, según él bien merecidas.
Era de un aspecto quijotesco. No cargaba encima más que unos cuantos billetes y en el bolsillo trasero derecho unas arrugadas hojas de papel de cuaderno escolar en el que estaban escritas las poesías de toda su vida.
Ese encuentro se repitió varias veces y un día, cuando ya había alguna confianza con él, nos permitió leer sus poemas. No eran más que un puñado de experiencias, quejas, ilusiones, amores, desengaños, vivencias de todo tipo, escritas sin ningún rigor literario, sin ninguna pretensión de nada, sino más bien como una especie de clamor que se levantase en la inmensidad de aquella selva solitaria y se perdiese en el espacio infinito.
No por ello carecían de valor, no, por Dios, eso se le daba más bien autenticidad y el aspecto desgarrador de una vida muchas veces incomprensible, ligada a las cosas más esenciales de la vida.
Había tenido la ingenuidad de escribir un poema sobre la base de aquella expresión utilizada en tarjetas postales de "amor es...". Mis acompañantes y yo leímos su versión de "amor es", una lista de las cosas esenciales que lo ligaban a la mujer que amaba. Eran unas quince a veinte expresiones más o menos coherentes sobre las inmediateces del amor.
Casi al final había una que nos llamó la atención y casi nos llevó a una risa burlona, la que tuvimos que contener con gran esfuerzo.
" Amor es - decía - bañarnos juntos para economizar el agua." No, nos reímos. En las circunstancias de aquellas vidas de los olvidados de nuestra tierra esa expresión bien podría ser una protesta emergente hasta del amor más primario y auténtico, ese que nos ata a una mujer.
Creo que desde ese día aumentó nuestro afecto por el poeta de "La Palmita".
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