Por más que me esfuerzo por llegar a medir el alcance de la humillación, la ofensa, el desprecio y el dolor de estar secuestrado en las mismas condiciones de quienes están en poder de las Farc y grupos similares, creo que no llegaré jamás a establecerlo en su verdadera dimensión.
Pienso, por ejemplo, que quienes están privados de su libertad en las vergonzosas cárceles venezolanas y de países similares, por más horror en el que vivan, tienen al menos la pequeña luz de una visita semanal y la esperanza de que un juez (tan preso como él en algunos sistemas judiciales) algún día encuentre una inspiración para resolverle su caso. Y aunque sea precario algún juicio deben tener.
Pienso en los prisioneros de guerra, quienes no obstante el dolor de estar bajo el dominio de su enemigo, están amparados por ciertas normas de legislación para esas situaciones, las que generalmente se cumplen y garantizan una solución justa.
A los secuestrados en poder de las Farc y grupos similares, lo primero que seguramente los desasosiega, los martiriza, es saber que están bajo el dominio de fuerzas ilegítimas, sin derecho a juicio, sin argumento que valga, sin ni siquiera poder hacer una demostración del derecho a pensar diferente.
Debe ser tenebroso sentir que sus familias, por más amor que les tengan, se van descomponiendo y rompiendo por esa ausencia forzada. Los hijos van creciendo, las necesidades los arrinconan, los invade la desesperanza. Ese incumplimiento forzado del rol de padre o madre, en algún momento dejará ver los estragos que ha causado.
Como no hay reglas legales de convivencia, todo o casi todo, salvo quizás respirar o hacer una necesidad fisiológica, debe pasar por una súplica, un control desmedido y un vejamen para leer una carta o un pedazo de periódico, hacer unos ejercicios o exigir una medicina.
Quizás el desamparo ante la dureza de la selva y la exposición a ser atacado por animales, sobretodo venenosos, lo que tal vez en condiciones normales sea algo que requiere mucha atención, allí, en el retén de los secuestradores, sea lo menos importante, precisamente, por la magnitud de las otras consecuencias.
La incertidumbre debe ser un golpe, un traqueteo constante en la eternidad de días y noches. Es inimaginable la abulia, la desazón que debe llegar al abrir los ojos en cada amanecer, lo que en casi todos los hombres del mundo, sea cual sea la situación en que se encuentren, tiene cuando menos un barniz de ilusión por algo positivo.
En uno de sus poemas, Andrés Eloy Blanco decía que todos morimos un poco cada día. Entiendo que pensar en eso significa aceptar que hay un destino inexorable que nos lleva a un final cierto, pero al cual podemos acompasar con una vida útil, afectiva, buena, en fin, satisfactoria. Las personas privadas de su libertad en las condiciones que comentamos ni viven ni mueren un poco cada día a la par de una vida provechosa. Sencillamente, están en un abismo impenetrable e inimaginable.
No puedo pensar más en esto.
1 comentario:
"retenidos" invitados a un campamento con un ejèrcito...
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