En los días del famoso eructo de Acosta Carlez, algunos periódicos afectos al gobierno mostraron sus simpatías por lo que consideraron un gesto original de protesta contra el imperialismo. Le oí argumentar a un conocido diputado, actualmente en funciones de gobierno, que ese era un gesto sublime de inconformidad, de rechazo a la opresión de las transnacionales.
Se me ocurió decirle al diputado si mantendría esa misma impresión si el eructo se lo largaran a él en su cara o a su esposa o a sus hijos. Pero su embriaguez y la de los que alababan su interpretación, determinó que ni siquiera me escucharan.
No obstante eso, ahora los mismos que alabaron la expulsión del gas del oficial, deben andar redactando cuartillas para explicar que fue un gesto apresurado el de dar apoyo al eructo, que no lo pensaron bien, que uno tiene derecho a equivocarse , reflexionar y rectificar. Ahora el eructo resultó ser un acto vulgar, además fétido, propio de un maleducado.
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