jueves, 29 de mayo de 2008

Dentro del caos.


DENTRO DEL CAOS


Hace años, muchos años, que he venido percibiendo los síntomas cada vez más crecientes de la descomposición social venezolana. Lo manifesté a viva voz en todas las oportunidades que tuve y dejé testimonio de ello en muchos artículos de opinión.
Esos elementos los puede percibir cualquiera, es cierto. De hecho, constituyen la base central de muchas opiniones por cualquier vía oral o escrita. Pero la indiferencia hace olvidarlos, o no se tiene fuerza como para convencer a la gente de la importancia de esos síntomas o, simplemente, no se cree que ellos nos conduzcan cada día más hacia estadios mayores de descomposición.
Si a esta última le podemos asignar escalas, diría que hace mucho tiempo, bastante por cierto, nuestro país ha entrado en fases progresivas de anarquía. Los elementos de la anarquía, contrariamente a lo que muchos creen, no se aprecian por hechos de magnitud, notorios, drásticos, etc., sino que se expresan en múltiples hechos en apariencia simples pero que dan muestras claras de la degradación-
Cuando empecé a detectar que ya habíamos entrado en fase de anarquía, se me ocurrió hacer un inventario de unos hechos que así la reflejaran, los cuales enuncio privilegiando su importancia pero sin orden entre ellos, así:
1) En el tránsito casi todos los automóviles continúan pasando hasta diez segundos después de tener los conductores la luz roja. Las patrullas y motos policiales desobedecen la luz roja aún cuando no anden en una labor de las que le son propias. Además, frecuentemente, conducen en sentido prohibido sin que anden en una actividad de persecución o similar. Las ambulancias encienden la sirenas para conseguir que les abran paso así no estén en una labor de emergencia.;
2) El lenguaje a todo nivel, pero se hace extremo cuando jóvenes liceístas y colegiales, inclusive hembras, utilizan en sus conversaciones un vocabulario soez, repugnante. No tienen ya sentido de respeto hacia las personas de mayor edad. Ni ninguna consideración. En el Metro de Caracas, por ejemplo, ya es normal que entra un anciano (a) con problemas de salud y ni siquiera los muchachos le ceden el puesto.
3) Cientos de miles de personas beben licor a diario, con mayor incremento en los fines de semana, en las vías públicas, dejando un reguero de chapas, botellas, envases, etc. No es extraño ver a las autoridades policiales acudir a esos sitios y retirar cajas de cervezas, que montan en sus patrullas.
4) La buhonería, si bien es cierto que constituye un medio de vida digno y lícito para muchos venezolanos, ha generado muchas dificultades en las ciudades, tales como suciedad, tráfico de drogas, prostitución, etc. Inclusive, puede observarse que comerciantes formales también se han instalado disimuladamente en las aceras, sobretodo para comercializar esa infinita cantidad de productos de mala calidad que el gobierno permite, todo ello en detrimento de la gente de menos recursos.
5) Los cupos en Cadivi. Los ciudadanos inventaron múltiples formas de comercializar ilícitamente dichos cupos, a través de personas inescrupulosas, que son quienes en verdad aprovechan el dólar preferencial. El argumento para hacerlo es que cada quien tiene derecho a utilizar como le dé la gana su “pedacito de petróleo”, que si no lo hace él lo hace otro, que los de arriba se agarran lo que les da la gana y nada le hacen, en fin, explicaciones carentes de raciocinio pero imbuidas ya de un sentido de desorden generalizado.



Habiéndose ya asentados estos hechos y muchos otros como expresiones básicas de la anarquía, llegamos luego a fases superiores del desorden, entre los cuales ponemos como ejemplo dos:
1) Ya hay prácticas repetidas, claras, de que la gente empieza a hacerse justicia por sí misma. No me refiero a la figura delictiva penal en su sentido técnico, sino al hecho de reclamar o protestar causando daño a los demás. Es absurdo, por ejemplo, que para que un ciudadano obtenga la vivienda que espera o cualquier otra cosa de importancia, él tranque una autopista donde pueden ir personas a hacerse una intervención quirúrgica de urgencia o presentar un examen final, cobrar un dinero, tomar un avión, etc.
2) Las formas de violencia. La violencia alcanza al trato cotidiano entre ciudadanos, y entre estos y las autoridades. La violencia en el trato de los servidores públicos hacia los usuarios (hago la salvedad que como excepción puede notarse, más bien, un mejoramiento en muchas dependencias del gobierno central). Violencia para impedir, sesgar, obstaculizar, dificultar, minimizar, alterar y mal interpretar la información en medios de comunicación social. Violencia para proveerse de bienes y servicios. Violencia hacia la propiedad privada.



Entramos en la fase final de la descomposición social. Y, a mi juicio, se presenta cuando el sistema judicial ya no puede responder ni garantizar justicia al ciudadano. Es el caos.
Que la justicia no cumpla su papel fundamental no significa en modo alguno que ello va a generar un estallido social o una forma de violencia extrema. Lo que puede suceder, según la gravedad de las circunstancias, es que cualquier otro factor que afecte gravemente a la sociedad, al no encontrar en el sistema judicial un muro de contención, genere un estado total de desconcierto o frustración, y produzca efectos determinantes en todo ámbito.
En nuestro país ya llegamos al estado en que la justicia no resuelve satisfactoriamente casi nada, ni siquiera en cuanto al elemento mínimo de celeridad, mucho menos eficacia, transparencia e imparcialidad.
La falta de probidad circula cada vez más como una desgracia judicial, a la cual se suma inexperiencia, sumisión y degradación de los fallos.
Los jueces son destituidos sin fórmula de juicio.
Y a muchos jueces no se les respeta, se les señala indignamente, son motivo de burla o sorna, se les acusa por cualquier medio público o privado, desde el magistrado de menor hasta el de mayor categoría.
Se observa que a los jueces se les premia, en cambio, por lo que no deben hacer como tales.
Muchos de los pocos fallos apegados a la legalidad son desobedecidos por quienes están obligados a cumplirlos o ejecutarlos.
No es que la decadencia de la justicia, por sí sola, como dije, acelere el final del caos. Es la muestra de que ya estamos en él y que de allí en adelante cualquier cosa es posible. Todo depende de la forma en que la ciudadanía alcance el más alto grado de frustración.
Esto se puede detener. Pero requiere de la voluntad y el acuerdo general.

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