lunes, 27 de agosto de 2007

PADRES (02). Un dolor para toda la vida.



Cuando tomé esta foto a mi padre en Puerto Píritu, Estado Anzoátegui, Venezuela, por allá por el año 1985, tal vez uno menos o uno más, ya estaba un poco enfermo y no le quedaban muchos años de vida. Murió el 21 de enero del año 1989.
Por esos días de su muerte yo tenía una columna de opinión en un diario y se me ocurrió escribir bajo el título de “Varón” un artículo en el que hacía unas pocas pero significativas referencias a él, destacando en medio del dolor que nos afligía y quizás como una forma de encontrarle sentido y consuelo a su desaparición, que él tendría así la emoción de encontrarse con su padre.
Haciendo unas apuradas consultas familiares antes de escribir el texto que deseaba enviar al periódico, se me ocurrió señalar que había una exacta distancia de 59 años, 9 meses, 21 horas y 45 minutos entre la muerte de su padre (mi abuelo) y el mío, dando así énfasis a la significación de ese posible reencuentro y a lo que significó para mi padre haber vivido sin el suyo durante casi toda su existencia. En efecto, cuando murió mi abuelo él tenía 13 años y vivió poco más de 72 años.
¿ Qué pudo haber hecho un padre por su hijo en apenas 13 años como para dejar en él esa huella imborrable y esa tristeza por su ausencia que de alguna manera lo acompañó siempre ? . ¿ Qué logró transmitirle y en que forma lo nutrió en ese corto tiempo ?.
Yo que era su hijo mayor y de la misma profesión (incluyendo un tiempo en que compartimos la oficina) y que viajamos juntos muchas veces jamás logré saber nada de lo que estoy preguntando. La única revelación, quizás la única digo yo, la tuvo con uno de mis hermanos cuando regresaban de Ocumare de la Costa un sábado. Fueron las únicas lágrimas que se le conocieron a aquel hombre sereno, lacónico,
“ Me duele tanto aún haber perdido a mi papá...” y no dijo más.
A la muerte de mi abuelo, un funcionario público de modesto nivel, la pobreza de mi padre continuó igual. Solo cambió que tuvo él que salir a ganarse la vida y la de su made y hermanos menores.
Entre lo poco (no sé porqué me empeño en decir que es poco) que he podido saber, la imaginación y las evidencias de lo que fue la vida de mi padre con nosotros sus hijos, tengo la certeza que el amor de él por el suyo radicó, sí, eso fue, en haber caminado muchas veces con él agarrado de sus manos, haberle enseñado unas cuantas cosas fundamentales, oír diciéndole “ te quiero hijo” o “ tienes mi apoyo cuando me necesites...”, en preguntarle a su hijo sobre sus experiencias, en abrazarlo y darle un beso un buen día, compartir un juego, digo yo, en esas cosas es que creo que radica todo.





1 comentario:

laudy lopez dijo...

DOctor es triste pero ahi que aceptarlo yo tambien padesco ese dolor . ud y yo nos parecemos mucho siempre pence que ese amor a maracay era mio pero hoy estoy celoso pero agradecido de ud...siga asi no descance y cuente conmigo