Cuando en septiembre de 1963, con apenas 16 años, puse los pies en la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Venezuela, una de las primeras cosas que observé con atención fue aquel cálido fervor revolucionario que había llevado a muchos estudiantes a incorporarse a la lucha armada del momento y que en los predios universitarios significaba una intensa labor de proselitismo y de acción ideológica. Encontré allí un espacio apropiado para formar los sueños revolucionarios que aún tengo.
Yo fui allí a estudiar y aprender Derecho pero traté también de aprender mucho de aquel momento difícil de nuestro país. Apoyé con mi voto a las organizaciones de izquierda, debatí con entusiasmo en algunos momentos a favor de un cambio social y al final de mis estudios, no obstante no haber tenido jamás ese atractivo que ejercen la indumentaria, el léxico, las frases o párrafos altisonantes de libros, la exclusión y prepotencia de algunos que se llamaban revolucionarios, la invocación del origen social, etc, no obstante, repito, salí electo al claustro universitario por las organizaciones revolucionarias y se me propuso en el 5° año de mi carrera ser candidato a la Presidencia del Centro de Estudiantes, lo que no acepté porque ya estaba en marcha un plan para realizar estudios de post grado.
Desde esos tiempos siempre me ha perseguido la idea de tratar de determinar por dónde debe empezar una revolución, cómo se establecen las prioridades y dentro de varias opciones con igual importancia cómo abordarlas con éxito. Eso hay que establecerlo, obviamente, según las características de la sociedad donde se va a trabajar y naturalmente, en un país como el nuestro que siempre ha tenido injusticias extremas y abismales diferencias sociales, hay que combinar adecuadamente la atención a los extremos de las necesidades básicas con los principios morales de la revolución.
Porque se trata de eso, precisamente. Una revolución es por encima de todo un movimiento ético. Son los principios rectores de una nueva sociedad los que hacen revolucionaria la acción emprendida. No se conseguirá jamás que haya un nuevo modelo de sociedad así se resuelvan muchas necesidades básicas si se persiste en generar las mismas desigualdades y diferencias que hicieron posible el pasado que se pretende borrar. Este se repetirá inexorablemente.
Así pues que, por un lado se lucha para arreglar lo básico de las injusticias y al mismo tiempo se crean las condiciones necesarias para reducirlas o eliminarlas para siempre. Y ahora que estamos aquí por dónde empezamos.
La parte ética y de principios de la revolución comienza por la educación, no la formal en sentido de enseñanza, sino la educación para la vida, para la defensa de las instituciones, para el ejercicio de los derechos, etc.
Y dentro del abanico de propósitos que allí se presentan a raudales, la sociedad venezolana tiene que comenzar con urgencia por los padres y dentro de estos dos por el hombre.
Todo lo que nuestro país fue y sigue siendo aún, está estrechamente vinculado, lógicamente, con la figura del padre. Les voy a narrar en otras entregas mis experiencias personales y sociales, lo que he visto en todo este país, mis experiencias como abogado y como juez, es decir, toda fuente posible. Discutámoslo. Crucemos opiniones y así colaboraremos con algo que está pendiente para superar este problema. Como verán la serie que me propongo está encabezada con el título Padre y su numeración, luego un punto muy específico. Recuerden que esta forma de comunicación y expresión puede ser también parte de una revolución.
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