sábado, 7 de abril de 2007
Nuclear
Cuando apenas empezaba a utilizarse intensamente la palabra "nuclear", por allá por el inicio de los años sesenta, nosotros le endilgamos la misma como sobrenombre a un amigo. En la época que lo conocimos (un compañero de estudios y yo) tendría al máximo unos 30 años. Era blanco, delgadísimo, pelo muy negro y tenía defectos en la mano y pie izquierdos, lo que hacía que la mano estuviese doblada hacia el cuerpo y arrastrara un poco el pie al caminar. Con esas caracterísiticas hacía juego con unos lentes de carey negro (no negros de carey) y un traje siempre gris o negro con una corbata gris oscuro o negra. "Nuclear" era un hombre misterioso y solitario que caminaba día y noche viendo hacia el suelo, bajo la impresión que no llevaba ningún rumbo fijo, desde la avenida Páez de "El Paraíso", por los lados de la Plaza Madariaga en dirección hacia la parroquia San Juan, devolviéndose a la altura de un puente que comunicaba con esta última. Lo de "Nuclear" se lo clavamos porque con frecuencia se detenía donde nosotros estudiábamos en aquellas sillitas de extensión que hoy no se usan, cerca de la plaza Madariaga, bajo la luz de un poste y nos dedicaba unos quince minutos fijos con unas charlas sobre la vida, la muerte, el destino, el más allá, usted sabe, señor lector, esos temas que hoy día están más de moda que nunca, pero que en aquellos tiempos tenían pocos seguidores. "Nuclear" enriquecía con nuestras observaciones sus propias ideas y al día siguiente regresaba con nuevas y más profundas y enrevesadas elucubraciones. Una que otra vez se presentaba con un gordo alto, blanco, medio calvo y que también andaba en las mismas ideas y lecturas que él. (De ese gordo, apenas si recuerdo que consumía mucho alka seltzer y que luego de ingerirlo empezaba a agitar repetidamente el estómago, dizque para que le hiciera efecto más rápido). De "Nuclear", aparte de todo lo relacionado con lo antedicho, no supimos más nada, ni dónde vivía, ni que hacía, salvo una ocasión en que nos llevó una Gaceta Hípica, muy emocionado, porque al menos esta revista publicó un obituario sobre la muerte de su padre. Esto último nos hizo pensar que él y su familia vivían en un estado casi total de aislamiento y soledad. "Nuclear" casi no se reía pero cuando lo hacía era muy expresivo, revelando bonhomía, sinceridad y algo como de una sólida paz interior. Una noche nos sorprendió con algo distinto. En lugar de aquel caminar rítmico y apacible por entre los árboles gigantescos y oscuros de la avenida, caminaba agitado hacia nosotros, haciendo más notorio su defecto en el pie. Llegó hasta nosotros empapado en sudor, con una expresión de suprema felicidad, con la voz entrecortada y sin preámbulos nos dijo " ! muchachos, estuve toda la noche atando cabos con tantas ideas de mucho tiempo y llegué a una conclusión definitiva e irreversible, saben ?, la muerte no existe, la muerte no existe...! " y se largó con una explicación de unos diez minutos cuyo contenido no recuerdo, más allá que la muerte es solo un trámite, el único posible, hacia otro estadio vital. La memoria me dice que luego de eso es posible haberlo visto una o dos veces más, pero no volvió a acercarse a hablar con nosotros. O tal vez esa fue la última vez que lo vimos. Y que hablamos con él. Seguro andaba muy entretenido con su hallazgo.
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