viernes, 1 de agosto de 2008

(07) País campamento o empresa.



Seguramente es repugnante decir que un país es una empresa. Porque esa literatura y esos discursos baratos que nunca abandonamos, privilegian la exaltación de valores empalagosos, de frases de ocasión, de expresiones para subir el ánimo por un ratico.
Pero nada de eso es patria, ni nación, ni sentimiento nacionalista.
Una nación es una empresa, sí, una empresa, un conjunto de seres humanos que producen bienes y servicios, materiales o espirituales, para causar bienestar colectivo.
El bienestar colectivo crea una mística nacionalista por ser todos eficientes, por sacarle el mayor provecho posible a los recursos de que se dispone.
En esa organización de recursos humanos y económicos entran los servidores públicos cuyo objetivo es aprovechar el tiempo, facilitar los trámites, ahorrar bienes y energía, preparar a sus jóvenes, conceder prioridad a los méritos, cuidar los recursos que se tienen y atender correctamente a cada ciudadano en toda función legalmente establecida.
El servidor público es un factor de la empresa, una pieza de ella. Ese es el verdadero sentimiento nacionalista, ser parte útil de esa empresa.
La experiencia de nuestro país es, generalmente, la de funcionarios públicos, es decir, personas que ocupan un cargo público sin mayores pretensiones que la de que se haga lo que forzosamente hay que hacer, salga como salga, y mediante una actividad que le produce su sustento.
No tenemos el arraigo, el sentimiento generalizado de servidores públicos, es decir, de empresarios que construyen un país de verdad. Esto es, de un aparato que trabaja a toda su capacidad para que haya bienestar colectivo.
En los campamentos, dado que los domina el sentido de la provisionalidad, el objetivo es resolver las necesidades mínimas de convivencia. Y nada más. Es esto lo que no queremos abandonar. Pero tendremos que hacerlo.

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