Bajo requisitos muy estrictos invoco en mis escritos (acciones ante los tribunales, dictámenes, sentencias y columnas de articulista) la opinión de otras personas o de interpretaciones legales hechas por otros o de precedentes jurisprudenciales. Estoy casi absolutamente bloqueado en eso. Excepcionalmente lo hago y no vienen al caso las razones de eso.
Esta vez lo hago bajo la excepcional situación de encontrar una especie una prueba de lo que he venido señalando en estas entregas, bien estructurada, producida por un hombre con una vasta experiencia política, social y jurídica; sin atisbo de mezquindad ni de propósitos malsanos. De sus líneas surge, más bien, como un clamor de una situación que muchos venezolanos logramos ver pero que no tenemos formas de controlar, ni hacer mucho por revertir.
En la edición del diario “El Nacional” del martes 05 de agosto de 2008, el Dr. Ramón Escovar Salom, bajo el título de “El proyecto nacional”, señala que nosotros no tenemos un proyecto de nación, lo que se evidencia de: 1º) la desaparición de las instituciones, que en mi caso personal sería su “no desarrollo”, pues desde 1958 a hoy, que son los años en que he tenido madurez en el acceso al conocimiento y a la realidad, nunca vi instituciones sólidas. Tal vez el Dr. Escovar sí tuvo oportunidad de vivirlas; y 2º) la idea de que el progreso se mide por la riqueza del país y su explotación descuidando al ser humano, al hombre.
Convengo en que no tenemos un proyecto en el sentido de formulación de un país en el tiempo, es decir, mirando hacia el porvenir, más allá de la instrumentación de un plan a corto plazo.
Vale decir, según mi interpretación de lo que es el asentamiento de nuestro grupo humano en este territorio, que siempre parece que estamos de tránsito hacia otro lugar, que algunos se resignan a vivir en el campamento porque no encuentran forma de salir de él y que otros, en fin, lo usan para sus propios fines y cuando pueden se van. Eso implica carencia de instituciones y más bien genera reglas frágiles para sustentar solo un mínimo de convivencia.
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