martes, 5 de agosto de 2008

(10) La justicia en un país campamento.



En un país con profundo sentido o sentimiento nacionalista, que ya quedó claro que no son todas esas actitudes febriles o teatrales de gritos y consignas, la justicia es el medio esencial para preservarlo. Los jueces son los grandes orfebres de una verdadera nación, de un asentamiento humano en un territorio donde sus ciudadanos están unidos por verdaderos lazos garantistas de su destino.
La justicia en los campamentos no es finalista. Se limita a dirimir controversias mientras dura la ocupación del territorio, en términos suficientes para garantizar que cada quien haga lo que vino a hacer o lo que quiere hacer. Por consiguiente, los jueces no son sino simples funcionarios que dirimen controversias. La justicia es así inmediata, superficial, desalmada.
La justicia de una verdadera nación está enfocada en grandes propósitos: el ser humano, sus espacios vitales, su aporte al todo, sus necesidades y la garantía de su condición de ciudadano. Los jueces aquí son profundamente reflexivos, pues tienen que preservar el equilibrio social y la necesidad de la sociedad de estar fuerte ante cualquier contingencia. Los jueces están en la obligación de mantener vivas las expectativas de todo el conglomerado social. Son su garantía. Son su instrumento esencial de supervivencia.
En una auténtica nación todo reposa en la sanidad y sabiduría de sus jueces. Y se les respeta. Sus decisiones, buenas o malas, tienen siempre el signo de que fueron tomadas para preservar las instituciones. Los yerros pueden corregirse y el sistema se supera.
Los jueces nuestros ya no pueden hacer nada mejor. Nunca antes tampoco lo hicieron a cabalidad, pero había algunas luces.
Algún día tendremos que empezar de nuevo.

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