Los Juegos Olímpicos de Beijing nos permiten hacer unas reflexiones sobre el deporte en una nación determinada. Y es que, además, no pocas veces los ideales nacionalistas se identifican o confunden con el deporte.
Los venezolanos suelen expresar esos ideales cuando ven triunfar a sus peloteros en las “grandes ligas” del béisbol norteamericano, a un futbolista en las ligas europeas o a un boxeador.
Y ahí termina el sueño nacionalista.
El deporte debe ser necesariamente un ingrediente de la identidad nacional. Pero ¿porqué?. Porque el deporte supone constancia, superación, disciplina y autoestima. Implica largas jornadas de meditación y de concentración. Requiere de normas adecuadas de alimentación y de abstención de conductas negativas (adición a bebidas o al cigarrillo, por solo decir una). Se forma así un ser humano apto para cualquier objetivo social y se convierte en ejemplo para otros ciudadanos.
Y ¿ esto tiene algún otro valor ¿. Sí, pongamos uno meramente material.
Lo que el Estado invierte en formar atletas es mucho menor que lo que tendrá que invertir en hospitales para quienes no traten de cumplir con un mínimo de esa condición.
Y el aporte del atleta a la sociedad es siempre más eficaz en todo sentido de quienes no lo son.
Por añadidura, una vez que se forman esos atletas se les envía a competir en determinados juegos, en competencia, que vienen a ser una exposición o muestra de lo que un país ha hecho por el bienestar e sus ciudadanos.
Ese es el sentido de esas competencias.
Que se consigan buenos exponentes deportivos aislados, que se compita por competir, que una persona cumpla con esas metas solo para lucrarse o que se improvise el envío de atletas sin el conjunto de valores antedichos, no es precisamente un componente de un ideario nacionalista.
Por eso están allí los resultados deportivos venezolanos de vieja data.
Solo el deporte concebido en tan amplios términos y objetivos sociales, cultura, educación, salud, disciplina, etc. tiene un valor nacionalista.
Los venezolanos suelen expresar esos ideales cuando ven triunfar a sus peloteros en las “grandes ligas” del béisbol norteamericano, a un futbolista en las ligas europeas o a un boxeador.
Y ahí termina el sueño nacionalista.
El deporte debe ser necesariamente un ingrediente de la identidad nacional. Pero ¿porqué?. Porque el deporte supone constancia, superación, disciplina y autoestima. Implica largas jornadas de meditación y de concentración. Requiere de normas adecuadas de alimentación y de abstención de conductas negativas (adición a bebidas o al cigarrillo, por solo decir una). Se forma así un ser humano apto para cualquier objetivo social y se convierte en ejemplo para otros ciudadanos.
Y ¿ esto tiene algún otro valor ¿. Sí, pongamos uno meramente material.
Lo que el Estado invierte en formar atletas es mucho menor que lo que tendrá que invertir en hospitales para quienes no traten de cumplir con un mínimo de esa condición.
Y el aporte del atleta a la sociedad es siempre más eficaz en todo sentido de quienes no lo son.
Por añadidura, una vez que se forman esos atletas se les envía a competir en determinados juegos, en competencia, que vienen a ser una exposición o muestra de lo que un país ha hecho por el bienestar e sus ciudadanos.
Ese es el sentido de esas competencias.
Que se consigan buenos exponentes deportivos aislados, que se compita por competir, que una persona cumpla con esas metas solo para lucrarse o que se improvise el envío de atletas sin el conjunto de valores antedichos, no es precisamente un componente de un ideario nacionalista.
Por eso están allí los resultados deportivos venezolanos de vieja data.
Solo el deporte concebido en tan amplios términos y objetivos sociales, cultura, educación, salud, disciplina, etc. tiene un valor nacionalista.
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