Tuve la oportunidad de estar varias veces en la España de la época de Franco. Turista, así es. De paso para otras tierras. Volver y sentirla cada vez mejor.
! Que orden, hermano ! ! Que respeto para todo !. Ni que contar aquellas noches de latinoamericanos en juerga: seguridad, orden, volver a las dos, tres o cuatro de la madrugada en medio del silencio sepulcral de aquellas calles. !Ah ! y de repente conseguir al "sereno" ( así les decían, no?) que te acompañaba en el último trecho hasta tu edificio, tu apartamento. Incluso, recuerdo uno que nos abrió la puerta del hospedaje donde estábamos.
Siempre orden. Cero bullicio. Cero agitación. Cero paros o huelgas.
Entonces íbamos y decíamos a todo el mundo que España era del carajo y lo repetimos a los amigos que nos encontramos en otros países y luego a la gente de nuestra tierra que nunca había ido.
Que podía importarnos mientras íbamos rumbo a Toledo, o a ver el debut de uno de los Girón en Carabanchel, o atiborrados de vino en "Las Cuevas de Luis Candelas" o a reunirnos con compatriotas en la Gran Vía, que aquel orden, a veces soledad, aquel silencio nocturno, vale decir calma, tranquilidad, sosiego, lo disfrutábamos merced a un dictador maligno, represivo, desconocedor de todo derecho o principio de justicia, que exterminaba a sus enemigos y los reprimía con una saña inimaginable.
Éramos muchachos, es cierto, pero ya debíamos saber aquello.
Un hombre de letras, ahora no recuerdo su nombre, ha dicho recientemente que el gran mal de la humanidad no es las guerra ni las armas nucleares ni los virus ni el terrorismo.
Es la indiferencia.
Ese es el mal a vencer.
He reconocido como mío desde siempre un viejo lema que utiliza un vespertino venezolano en su página principal:
" Mas prefiero una libertad peligrosa que una esclvitud tranquila"
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