Contrariamente al presentimiento que tenía, la palabra “casimba” con “s” (esta es una forma que usamos comúnmente algunos latinoamericanos, en lugar de dejar que se comprenda si es con “s” o con “c” según la pronunciación que de una palabra se haga) aparece en la versión actual del Diccionario de la Lengua Española.
Pero, cosa curiosa, se señala allí que la misma se utiliza en Venezuela y Perú para referirse a un hueco que se hace en el suelo para obtener agua, mientras que “cacimba” con “c” también se refiere a un hoyo que se hace a la orilla de los ríos para buscar agua.
Oí hablar por primera vez en mi vida de una casimba hace cosa de dos o tres años (estamos en el último día del mes de septiembre del año 2004) y quien la usó me dijo que hasta los años sesenta cada quien tenía una en su casa para proveerse de agua. Los acueductos acabaron con las casimbas.
Me refiero a una zona de la parte más septentrional de América del Sur, cercana a lo que muchos venezolanos llamamos el “cuellito” que conduce a la península de Paraguaná, pues se trata de una estrechísima faja de tierra que termina en una especie de cabeza donde se encuentran, entre otras cosas importantes, las refinerías petroleras.
La zona donde oí lo de las casimbas tiene unas pequeñas montañas que terminan abruptamente en el mar y son de los parajes más solitarios que uno pueda imaginar. Es como una especie de brazo en el mar, es decir, agua a ambos lados del brazo y bordeando el puño de la mano.
En la punta extrema de la mano de tierra vivió un inglés que sembraba tabaco y había aprendido a bajarlo por el cerro que daba a la bahía y calarlo en embarcaciones a las que accedía con un ingenioso desplazamiento por entre las corrientes marinas que movían duramente su pequeña nave.Tal como me lo describieron, me imaginé que aquel inglés ordenado y metódico debió tener y cuidar celosamente su casimba. Pregunté por eso, pero no lo sabía nadie. Solo recodaban que sembraba y cosechaba tabaco.
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