lunes, 29 de enero de 2007

El hielo llora



EL HIELO LLORA

Cuando supe todo el esfuerzo que tenía que hacer en esa primera experiencia, me dije para reforzar la voluntad o me pregunté en tono de reproche - no sé en realidad cual de ambas o no lo recuerdo - si yo mismo no había escogido esa función.
Qué importaba ya, después de varios días de viaje y haber subido con las botas mojadas la parte final del trayecto, que era aquella cuesta empinada de tierra seca y agrietada. Después de todo, pienso ahora que debí pensar en ese momento, ya estaba allí con mis pocas ropas, uno que otro hierro, algo de comer y todo lo necesario para asentar las evidencias que me correspondía verificar. Hasta ese momento fue como siempre hice mis asuntos y como estimaba que ese, más que ningún otro, debía hacerse, es decir, por etapas claramente diferenciadas las unas de las otras, entre las cuales debía haber el tiempo suficiente para observar cómo las había vivido y, sobretodo, para soñar con la venidera , incluyendo unas copas de aguardiente - que ya casi no me quedaba -, unas comidas masticadas con fuerza y la contemplación de cualquier cosa, que ahora era también el mar por donde había llegado y la brisa que empujaba como un largo bostezo hasta lo alto de la colina.Esa noche dormí bajo el precario rancho de palmeras que me permitieron construir mis exiguas fuerzas, a las cuales se sumó la ebriedad de aquel silencio infinito, tanto así que quedó aplazada la urgencia - aquella ansiedad repetida tantas veces, aquellas manos efusivas de larga espera - de empezar a honrar el compromiso con aquellos seres de tiempo vencido.

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